Por lo general, se suele considerar que realidades que definen el estilo de vida de las sociedades postindustriales en las que vivimos, como la robótica, la informática, la domótica, o las telecomunicaciones, son por definición elementos que contribuyen a destruir empleo. Y, dadas las relaciones sociales de producción que se dan en la economía actual, se trata de una afirmación cierta. Pero antes de considerar algo como eso como un proceso irreversible deberíamos preguntarnos hasta qué punto esas relaciones sociales de producción y consumo son inalterables. Y no se trata de una cuestión precisamente trivial, pues nadie, desde ninguna coordenada ideológica, puede negar que vivimos una verdadera crisis civilizatoria en la que está en juego el mismísimo futuro de la humanidad, aunque solo sea por el simple hecho de que el sistema dominante actual, tal y como se desarrolla, aboca a la civilización industrial a la autodestrucción por motivos de tipo ecológico; por no citar el evidente hecho de que la relativa pero innegable descomposición social que se está dando incluso en los países que son el centro del sistema económico mundial amenaza con que dicho sistema pierda la necesaria reflexividad social, o, por decirlo de otro modo, la suficiente autoconsciencia de sí mismo.
De todo lo anterior, el concepto más importante a destacar es el de las relaciones sociales de producción y consumo. Pues al hablar de un Paraíso tecnológico, en cierto modo, de una forma implícita, estamos formulando la promesa de proponer un tipo de sociedad en la que ese tipo de relaciones se establezcan de un modo constructivo, entre otras cosas, dejar de guiarnos por relaciones de explotación para sustituirlas por otras de cooperación; pues los excedentes tecnológicos que genera el sistema, orientados en esa dirección, deberían tener como fin no el de destruir empleo, un fin absurdo en sí mismo, sino el de generar otro tipo de empleos de alta cualificación y la posibilidad de generar excedentes de tipo económico, o recursos, que sirviesen para poder establecer alguna forma de renta básica universal, entendida esta como una forma de garantizar el bienestar de los ciudadanos más allá de la competencia salvaje propia de los tiempos en los que vivimos. Pues las relaciones sociales de consumo serían muy distintas si las capas de la población actualmente excluidas del sistema gozasen no solo de los frutos de su trabajo, sino también de una cobertura que garantice la satisfacción de sus necesidades, y todo ello conllevaría unas relaciones sociales de producción que podrían definirse, muy libremente, de keynesianismo tecnológico.
En el contexto de la crisis de 2008, no resulta descabellado pensar que nos podemos ver abocados a un modelo de producción y consumo de bienes de tipo suntuario que deje de lado a un gran porcentaje de la población. Volviendo al punto de partida, parece totalmente necesario revertir los condicionantes que llevan a que el sistema esté abocado a sufrir crisis periódicas que pagan siempre los más desfavorecidos, y que la idea en la que nuevas tecnologías como la robótica, la informática, la domótica y las telecomunicaciones puedan servir como de factor de cohesión social al generar un valor añadido que permita, ahora sí, atisbar un Paraíso tecnológico en que las relaciones de cooperación predominen frente a las de pura explotación:
Empleo cualificado, energías limpias, renta básica universal... y, en definitiva, unos ideales humanistas que pueda compartir cualquier persona desde casi cualquier perspectiva ideológica.
